lunes, 26 de febrero de 2018

Frances McDormand: “Los hermanos Coen son unos vagos”

A ESPALDAS del escenario donde se acaban de entregar los Globos de Oro, una botella de tequila busca dueño. La camarera atraviesa veloz los salones del hotel Hilton de Los Ángeles en busca del cliente que ha reclamado el ansiado Patrón Reposado. Guillermo del Toro, ganador del premio al mejor director, le hace ojitos a la copa. De repente, una voz de mujer, mucho más áspera que la del realizador mexicano, la reclama con furia: “¡Que corra el tequila, esta es mi ronda!”, grita Frances McDormand. La actriz había pedido el trago desde el mismo escenario, con la estatuilla a mejor intérprete dramática en la mano y tras un discurso varias veces censurado por una televisión puritana que se escandalizó con sus juramentos. “¡Necesitamos tequila!”, lanzó tras una ceremonia larga y previsible. McDormand es de las que mantienen su palabra. La actriz de 60 años, ganadora del Globo de Oro por Tres anuncios en las afueras, no es de las que hablan al tuntún. Y hoy quiere regar su victoria. “¡Todas las candidatas de mi categoría, al bar, tequila para todas!”, arenga desde el podio. En pocos días extenderá su invitación a Margot Robbie, Saoirse Ronan, Sally Hawkins y Meryl Streep, las futuras perdedoras de esta temporada de premios…, porque si algo se antoja casi seguro en la 90ª edición de los Oscar es que McDormand recibirá su segundo “sujetapuertas”, como ella misma llama a la estatuilla que ya tiene. Y más vale que el tequila esté listo con la sal y el gajo de lima para saborear la victoria. “Ya basta de fotos, hay cosas mejores que hacer. ¡Vámonos, camarero!”, resumió dando carpetazo a las loas de la noche de los Globos y sacando a su marido, Joel Coen, del trabajo de paparazi familiar que él mismo se adjudicó en este paseíllo de gloria. Al fin y al cabo todos los hombres —“menos George Clooney”, como murmura la actriz— tienen pinta de camarero vestidos de pingüino. Y uno de los cineastas más respetados de Hollywood no va a ser diferente. No para Frances McDormand.
“Eso es muy propio de Fran: ver el éxito que la rodea como algo que puede corromperla en lugar de tomárselo como motivo de celebración. Así es y ha sido siempre”, explica la actriz Holly Hunter, amiga desde que ambas comenzaron sus carreras. Es de las pocas que saben ver más allá del talento de esta intérprete salida de la América profunda, de esa dinamo imparable que es Frances McDormand. De puertas afuera todos coinciden con que es “una fuerza de la naturaleza”, alguien “íntegra y auténtica”, la “verdadera Wonder Woman”, “la antihéroe que necesitamos”, como dice Sam Rockwell tras trabajar con ella. Woody Harrelson la llama “huracán Fran”. Y su director en Tres anuncios en las afueras, Martin McDonagh, solo añade un detalle: “Probablemente la mejor intérprete de su generación”.


Frances McDormand, en un plano de Fargo (1996), de Joel y Ethan Coen.
Frances McDormand, en un plano de Fargo (1996), de Joel y Ethan Coen. 


Pero Hunter conoce las otras caras de Frances. “No tuve más que verla con el premio del Sindicato de Actores en la mano diciendo desde el podio ‘¡Hola, hola!’ como cualquier otro día. Esa es la Fran que conozco”, añade Hunter. Son tres Frances, como McDormand detalló hace ahora 21 años al recibir su primer Oscar por la icónica agente de policía de Fargo (1996). Entonces agradeció a su cuñado Ethan Coen haber hecho de ella una actriz; a Joel Coen, hacer de ella una mujer, y a su “luna y sol” Pedro McDormand Coen, por encontrar en ella a “la verdadera madre”. Actriz, mujer y madre. “¿Que qué es lo mejor de Fran? Que no hay nada especial”, resume Ethan Coen. “Que con ella se trabaja muy a gusto. Supongo que porque nos conocemos bien”, añade. Los hermanos Coen fueron quienes le iniciaron en su carrera cuando le dieron un papel en su primera película, Sangre fácil (1984). Con ella llevan rodados siete largometrajes. “Son unos vagos”, les responde risueña la actriz.
La protagonista de Fargo refunfuñó antes de conceder esta entrevista. No le gusta hablar con la prensa. Odia los autógrafos y los selfies, y no le agradan las galas de premios. Fue una de las pocas ausentes en el almuerzo de los nominados. Pero aquí está, sentada en una de las habitaciones del hotel Four Seasons de Los Ángeles, cuartel general no oficial del Hollywood en temporada de premios, y si no le apetece charlar lo disimula bien. Quizá porque se siente a gusto rodeada de los suyos, y “el clan de los McCoen”, como llama a su familia, está en la habitación de al lado. Lo de llamarles vagos es pura ironía. “Pero todos sabemos que trabajan con su propia cantera de actores, así no tienen que dar explicaciones”, afirma muy en serio. Asegura que fueron ellos quienes la “malcriaron” en el cine, pues admite que no es el vehículo creativo que más disfruta. Lo suyo es el teatro. Viene de la literatura, de la palabra escrita, el germen de toda historia. Comenzó su carrera artística cuando descubrió Lady Macbeth en la clase de literatura. Tenía 14 años. Luego hubo de todo. Dada la fisonomía de Hollywood, y la suya propia, hubo muchos personajes secundarios que, gracias a ella, se adueñaron de la historia. Entre otros, la camionera de En tierra de hombres (2005), la esposa maltratada de Arde Mississippi (1988) o la verdadera madre de un joven Cameron Crowe en la semibiografía Casi famosos(2000). “Lo mejor fue cómo calló a mi madre al decirle: ‘Alice, no eres tú ni soy yo. Se trata de otra persona, el personaje”, cuenta Crowe recordando una más de las clases magistrales de interpretación con el sello ­McDormand. Para ella nunca hubo personaje pequeño. ¿O quizá sí? Lo bueno de sus escasas conversaciones con la prensa es que cuando McDormand habla no se corta: “En el teatro no”, subraya la diferencia, “pero en cine gran parte del trabajo que hice fueron papeles de reparto, por lo general periféricos al varón protagonista. Algo que ya no estoy dispuesta a aceptar”.


La actriz, en el Festival de Cannes de 1996.
La actriz, en el Festival de Cannes de 1996. 


Más que de resentimiento, habla de futuro, de lo que como actriz y como mujer intenta cambiar. Una mujer y una actriz que hasta ahora solo se expresaba así en casa o en el teatro. En iniciativas experimentales como el Wooster Group, al que pertenece desde hace dos décadas. O que solo había sido clara con los Coen pidiéndoles abiertamente que le escribieran papeles a su medida. Lo mismo que le pidió a McDonagh tras conocerle y admirarle como dramaturgo con el estreno de The Pillowman, hace casi una década. De McDo­nagh valoró su palabra, “la Biblia”, como describe esta hija adoptiva de pastor protestante el guion de Tres anuncios en las afueras, que el director y también guionista escribió pensando en ella. Y al que McDormand dijo que no. Porque, como declaró también al recoger ya su primer Oscar, los actores no solo tienen oportunidades. También tienen la opción de hacer el trabajo que se les ofrece. O rechazarlo. Y Frances dijo no. “En el cine digo mucho que no. Es el lujo que me permito por trabajar en el teatro”, reconoce la ganadora de la llamada Triple Corona, con el Tony, el Emmy y el Oscar en su poder. No le sobran las ofertas. “Seguro que Joel preferiría estar casado con una estrella de Hollywood que pague la hipoteca”, suelta entre risas. Pero se niega a hacer aquello en lo que no cree. Esos años pasaron. “No busco una buena película, busco escritores que generen una conversación cultural”, explica. Insiste en que está mal acostumbrada por los Coen, los tipos que escribieron un personaje como el de Marge en Fargo cuando las mujeres embarazadas en el lugar de trabajo eran vistas de otra forma. Aunque también a ellos les mete caña: “Siempre les insisto que trabajen más sus papeles femeninos”. De ahí sus dudas con Martin McDonagh. “Le dije que no porque a mis 60 era muy vieja para el papel. Me gusta interpretar a mujeres de mi edad. Es algo político. Y como alguien de clase trabajadora, sé perfectamente que una mujer así no habría esperado a los 38 para tener su primer hijo”, argumenta acerca de Tres anuncios en las afueras.


El 21 de enero, en la gala de premios del Sindicato de Actores, en Los Ángeles.
El 21 de enero, en la gala de premios del Sindicato de Actores, en Los Ángeles. 


Siempre se muestra así de combativa, incluso con aquellos que comparten sus ideas. Menos mal para todos —­incluido el Oscar— que Joel Coen tuvo la última palabra. A su lado desde hace 34 años y casados desde hace 24, el hombre al que según ella misma es dificilísimo sacar una respuesta clara le dijo eso de “deja de poner pegas y di que sí de una vez”. “Así que le tengo que dar las gracias a Joel por esta película”, admite. “Y a Martin, por el gran regalo que me hizo al dejarme respirar en este personaje irónicamente tan diferente a todas las mujeres que vemos en la pantalla, la respuesta a todas las injusticias de mi profesión”, añade agradecida a ambos.
Junto a Joel se nota una cercanía que no solo le dan los años, sino el respeto. “Turistas en Hollywood”, como se definen, diluyen la fama que no disfrutan entre su apartamento neoyorquino y esa casa perdida en una pequeña localidad del noroeste estadounidense. McDormand es como es desde la cuna, cuando Cynthia Ann Smith nació en 1957 en Gibson City, Illinois, (EE UU). “Heterosexual y white trash”, puntualizó a una emisora de radio. El calificativo se lo dedica a su madre biológica, a la que nunca quiso conocer, y no a quienes la adoptaron cuando tenía un año y la llamaron Frances Louise. “No eran unos meapilas y les agradezco el poso ético que me dieron. Pero mi familia era muy conservadora y siempre supe que allí no iba a vivir eternamente. Desde el momento en el que dejé el hogar familiar busqué a mi tribu, mi identidad”, recuerda. El encuentro con los Coen se lo debe a Holly Hunter, que la recomendó para el papel de Sangre fácilcuando ella no pudo aceptarlo y le presentó a este “par de tíos raros”, como su amiga le previno entonces. “Pero somos mucho más convencionales de lo que todos se creen”, explica ahora McDormand. “Gente madura con estudios y cultura que disfruta leyendo libros, yendo al cine y a museos. Que no nos vemos tanto como parece porque Joel y Ethan se pasan el día trabajando juntos. Pero que nos tenemos el uno al otro”, explica sobre su relación con Joel Coen.


La actriz, en 'Tres anuncios en las afueras'.


Un hogar que completa su hijo Pedro, paraguayo de nacimiento y adoptado hace 24 años, alguien que sacudió la vida de McDormand para siempre. Porque si le das a escoger entre sus tres caras, probablemente esta actriz y militante feminista antepondría la maternidad a cualquiera de las otras dos. La adopción fue la solución a sus problemas a la hora de concebir, algo que no oculta. Como nunca le ocultó a Pedro lo mucho que le quiere. A veces demasiado, según su hijo: “Siempre le está diciendo a su padre que soy la reina del melodrama”, dice ella riendo en referencia a su hijo, quien describe a su madre como la mejor mujer que conocerá jamás. “Aprendí español para decirle que le quería”, recuerda de sus primeras palabras en un idioma que Pedro maneja con la misma soltura que el inglés. Ella no puede decir lo mismo. “Yo sigo hablando como un niño, Pedro se avergüenza. Joel es mejor. Lee y escribe, pero prefiere no hablarlo”.
Pero lo que Pedro le enseñó a su madre es algo que nadie menciona cuando habla de Frances: el miedo. “Cuando conocí a mi hijo entendí lo que era el miedo. Ser madre cambió mi perspectiva del universo”. Es un miedo que acepta sin titubeos. Incluso lo abraza como actriz. De nuevo, no es fácil hablar con McDormand. Rehúye la vida pública, especialmente desde que adoptó a Pedro, momento en el que abandonó el cine casi por completo. “No habría sabido cómo criar a un hijo famoso”. Pero cuando accede a ser entrevistada busca una conversación, sin discursos preparados por publicistas o temas tabúes. Quien habla es Frances McDormand, sin maquillaje, enseñando las canas. Y esta Wonder Woman sabe lo que es el miedo. Por eso su interpretación como Mildred Hayes, la madre que reclama de las autoridades que investiguen la violación y muerte de su hija en una pequeña localidad rural inexistente, se merece, según muchos, el Oscar. “Porque, si te fijas, si una pierde a sus padres, es huérfana; si pierde a su marido, es una viuda, pero no existe una palabra que explique la pérdida de un hijo”, resume sin apartar la mirada. Richard Jenkins la recuerda así en el set de rodaje de la serie Olive Kitteridge, pero como madre, no como actriz. “Se pasó el día diciendo: ‘Me preocupa Pedro, me preocupa Pedro’. Lo divertido es que cuando ves a Pedro es este encanto dulce y divertido, seguro de sí mismo, que nos dio masajes a todo el equipo”, explica el actor.


Con su pareja, Joel Coen (derecha), y su hijo Pedro.
Con su pareja, Joel Coen (derecha), y su hijo Pedro.


Frances McDormand tiene miedo a poco más y la edad no la atemoriza. Le gusta reírse de los 60, aunque admite que hoy le cuesta algo más levantarse por las mañanas. “Pero admiro los picos y los valles de mi rostro”, comenta orgullosa y coqueta. Otras cosas le dan más rabia, como la goleada que Dinamarca le endosó a Irlanda, eliminando a su selección de los Mundiales. Odia Twitter y las redes sociales, a las que dedicaría vallas publicitarias diciendo “Muere, Twitter. Muere”. Y le preocupa el actual estado de su país, que siente “como cortes de papel en los que echan limón”. Y lo mismo piensa de la situación de la mujer dentro de esta cultura. Odia la cirugía estética, el sexismo, la forma en la que las mujeres han sido convertidas en un objeto. “No es que me pase la vida mirando el Playboy, pero en los setenta veía a mujeres como yo, con vello púbico, sin implantes. Ahora parece una revista de coches, con todas esas chicas retocadas, tuneadas, listas para ser consumidas”, describe entre el enfado y la indignación, pero sin perder el sarcasmo.
Por eso ha retomado su interés en la interpretación ahora que Pedro es mayor. Nunca lo había perdido, pero, como dice McDonagh, está “muy bien que las chavalas de 12 años tengan un ejemplo como Mildred a la hora de ser mujer”. O como McDormand. “Es la hora de reclamar como actrices, como mujeres, como madres y como público historias en las que nos reflejemos, no estereotipos”, remata dispuesta a marcharse. Pero se vuelve antes de dejar la habitación. “Con ello no quiero decir que no tenga mi lado frívolo. Como actriz me paso tanto tiempo o más desempleada que trabajando. Y una tiene que tener su vida”, concede con el mismo guiño con el que semanas después de esta entrevista se convirtió en la reina del tequila. 

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