domingo, 19 de mayo de 2019

ALBERT SERRA DESPOJA EL DESEO CARNAL Y FÍLMICO EN CANNES CON ‘LIBERTÉ’


Lo nuevo del director catalán funciona como un lúdico y majestuoso tratado sobre las miradas cruzadas que estructuran el lenguaje del cine, y que traspasan todas las fronteras. 

Liberte Albert Serra
Cannes 2019
En la noche casi eterna de ‘Liberté’ –nueva cima radical en la trayectoria de Albert Serra–, el deseo y la sexualidad devienen tanto pulsiones liberadoras como fuerzas democratizadoras. Poco importa la edad, el género, la altura, el peso, la jerarquía social o la orientación sexual de los personajes. Todos son bienvenidos a la orgía sin fin que pone en escena, con arrojo sublime, el director de ‘Honor de cavalleria’. La fiesta empieza durante un atardecer de finales del siglo XVIII, con el fin del reinado de Luis XV como vago telón de fondo. El libertinaje ha caído en desgracia como modus vivendi y sus últimos y decadentes defensores deambulan por los bosques buscando el amparo de algún noble que les suministre doncellas y jóvenes con los que seguir poniendo en práctica su inacabable repertorio de parafilias.
En cuanto cae la noche, el bosque se enciende, y no solo con la delicada iluminación artificial que captura la cámara digital de Artur Tort. La pasiones se desatan y comienza una fiesta erotómana que los montadores de la película (Ariadna Ribas, Tort y el propio Serra) hilvanan en un tránsito de lo sugerido a lo explícito. Tras los prolegómenos del atardecer, la noche se inicia con una clase magistral de fueras de campo, con la cámara centrándose en los voyeurs, los que miran, que se entregan al arte del cruising con la debida pausa y cautela, de manera siempre ritualizada. Además de un estudio acerca del impulso transgresor del deseo, ‘Liberté’ funciona como un lúdico y majestuoso tratado sobre las miradas cruzadas que estructuran el lenguaje del cine: las miradas anhelantes que se dedican unos libertinos a otros, pero sobre todo el deseo de ver más que surge en el espectador cuando se le coarta la visión.
En la premisa de ‘Liberté’ y en varios diálogos de los libertinos –personajes sin apenas trasfondo psicológico–, es posible rastrear los pilares filosóficos del Marqués de Sade. En una escena intrigante, los “señores” discuten la posibilidad de raptar a una joven para someterla a sus designios. Sin embargo, a diferencia de las brutales maquinaciones no consentidas de Sade, los encuentros que pone en escena Serra son mayormente festines sexuales compartidos. Los personajes que deciden ser ultrajados experimentan igual o más placer que los ofensores. A medida que la película avanza (en círculos) y los encuentros se van haciendo más explícitos –a la intemperie o en el interior de unas rústicas cabinas privadas–, el film va derribando toda clase de fronteras: la libido se despierta al mirar o al saberse mirado; el placer toma forma de goce o de padecimiento; la imposición inicial de la voluntad masculina da pie a las exigencias de las mujeres; en el apogeo del éxtasis sadomasoquista, un súbdito (impagable Lluís Serrat) somete sin contemplaciones a su señor (Marc Susini, completamente entregado a la causa); las referencias blasfemas a la figura de Jesucristo y la crucifixión sacralizan lo pagano; y, en uno de los pasajes más enigmáticos del film, ni siquiera la frontera entre la vida y la muerte resulta digna de respeto. A todo esto, las motivaciones de los personajes permanecen intactas. Sus acciones se explican a través de unos gestos que Serra mantiene a distancia de todo posible moralismo.
En su prodigioso crescendo erótico-festivo (que deja en juego de niños los despliegues sexuales de ‘El desconocido del lago’ de Alain Guiraudie, o ‘Mektoub, My Love: Canto uno’ de Abdellatif Kechiche), ‘Liberté’ consigue trastocar la percepción del espectador. Por momentos, uno llega a perder la noción de quién mira a quién en las carambolas sexuales del film. Por no hablar del modo en que la película invita al espectador a perder la noción del tiempo gracias a una estructura fragmentaria y elíptica. En uno de los pocos y geniales diálogos del film, un hombre ya mayor le espeta a uno joven que el libertinaje requiere de un proceso de aprendizaje. Un camino hacia la comprensión de una vida sin límites no tan diferente al que experimenta el espectador de ‘Liberté’, en su apreciación de un cine liberado de yugos dramatúrgicos. El premio final de este aprendizaje es un amanecer para recordar, cuando el bosque, alumbrado por un cielo azul claro, se sobre-ilumina súbitamente con el amarillo de una poderosa luz artificial. Un subyugante efecto lumínico que funciona como símbolo de una de las mayores obsesiones de los protagonistas de ‘Liberté’: la celebración permanente del poder de la imaginación, herramienta privilegiada para derribar los límites de un mundo, el nuestro, empeñado en constreñir los anhelos y placeres del individuo.



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